A continuación, empezamos la exposición del ICCV, un nuevo parámetro introducido en SPODHA, a través del cual pretendemos monitorizar algo tan determinante para el rendimiento deportivo cómo es la carga interna que soporta el atleta en cada entrenamiento.
El desarrollo de este parámetro se ha basado en la observación del comportamiento biológico y rendimiento deportivo de una población cercana a los 300 atletas profesionales en momentos de competición, se han incluido varias decenas de miles de días de competición.
Iremos exponiendo detalladamente los razonamientos que nos han llevado a la elaboración de este parámetro explicando sus puntos fuertes y también sus debilidades para facilitar una correcta interpretación y utilización por parte de los técnicos en la monitorización de sus deportistas.
Introducción
Todos los atletas y entrenadores han experimentado y entienden que cada organismo genera una respuesta distinta ante la misma carga de trabajo físico.
Desde siempre se ha planteado clasificar las cargas de trabajo en función de la respuesta reguladora (inflamatoria, vegetativa, regeneradora,…) manifestada por cada atleta, persiguiendo de esta manera que el estímulo cumpla los dogmas principales del entrenamiento que son la continuidad y la progresividad.
Fundamentalmente este último, la progresividad, es uno de los aspectos más difíciles de garantizar pues la respuesta del deportista no es siempre proporcional a la carga. Existen niveles de carga física (entrenamientos) que provocan niveles de señalización sistémica y celular muy elevados, sin corresponderse con un incremento proporcional en la carga de trabajo.
Es por ello muy importante disponer de un sistema de valoración que informe o cuantifique el efecto que cada tipo de carga provoca en el organismo del atleta, es decir, la carga interna que supone para ese organismo o atleta en ese momento.
La definición de carga interna la podríamos resumir en aquellos efectos provocados en el organismo por el ejercicio físico realizado (carga externa), es decir, la respuesta reguladora (inflamación, etc.) provocada en el organismo.
Este proceso inflamatorio es adaptativo y genera una serie de cambios, que se comportan como señales celulares que activaran procesos a nivel muscular y metabólico, es decir tanto a nivel estructural como de funcional.
Actualmente la tecnología nos ofrece múltiples herramientas que nos permiten cuantificar varios parámetros relacionados con la carga interna y externa provocada por el ejercicio.
Aquellos que cuantifican parámetros físicos como la potencia y velocidad son sin duda más precisos y utilizados, pero es obvio que dicen muy poco sobre los procesos y cambios que se están provocando dentro del organismo ejercitado.
Por otro lado, es de todos conocidos la tendencia lineal que se observa entre la frecuencia cardiaca y la intensidad de la carga de trabajo para ritmos prolongados estables.
Corazón y ejercicio
Durante el ejercicio físico el aporte sanguíneo se encarga de funciones claves para el correcto funcionamiento del músculo, además del control de temperatura, aporte de nutrientes y eliminación de toxinas entre otras.
Podríamos decir que el aumento de la demanda orgánica durante el entrenamiento, genera un trabajo cardiovascular encaminado a superar la inflamación y recuperar la homeostasis.
El corazón es un órgano vascular compuesto por musculatura estriada, por lo que durante el esfuerzo y en la fatiga, comparte ciertas características con el músculo esquelético.
Además, el corazón muestra unas series de modificaciones funcionales y estructurales durante el ejercicio agudo, cuyo objetivo es aportar el volumen de sangre necesario (también denominado gasto cardiaco), para mantener la intensidad de ejercicio requerido.
Existe además otros cambios morfológicos y cronotrópicos que se van instaurando de forma crónica, cambiando su rendimiento y preparándolo para ser más eficaz ante el trabajo habitual o especializado al que se le expone.
La modificación del volumen y de las paredes de las cavidades cardiacas son las más conocidas, aunque también se observan cambios en la regulación del sistema nervioso autónomo o vegetativo que rige el funcionamiento de este órgano.
Cálculo de la carga interna
Históricamente la frecuencia cardiaca (FC) ha sido, junto con la RPE y el lactato sanguíneo, uno de los parámetros preferidos para valorar la carga interna.
Han sido muchos los autores que han desarrollado ecuaciones más o menos simples para intentar unificar en un único valor la carga inflamatoria generada por el ejercicio. La cuantificación de trabajo cardiovascular desarrollado ha sido uno de los más frecuentes. Es decir, le atribuyen al trabajo cardiaco una relación directa con el nivel de carga física realizada.
Es evidente que el gasto cardiaco (Q = volumen de sangre por unidad de tiempo expulsada por el corazón), es sólo uno más de los múltiples parámetros que intervienen en el rendimiento deportivo y que, aunque por sí solo no garantiza ningún rendimiento, es clave para el aporte de oxígeno al tejido muscular, termorregulación, aporte de nutrientes, etc.
Gran parte de las adaptaciones que sufre el corazón con la practica crónica de ejercicio, van encaminadas a mejorar su capacidad de bombeo e indirectamente su gasto cardiaco. Es muy extendida la idea de que los corazones de atletas bien entrenados se contraen a velocidades inferiores a la población sedentaria y que a medida que la fatiga empieza a instaurarse la capacidad contráctil del corazón se ve afectada.
La fatiga provoca una serie de cambios en la función cardiaca debida principalmente a la disminución de la sensibilidad a las catecolaminas.
La adrenalina y noradrenalina son necesarias para mantener el sistema nervioso vegetativo simpático funcionando a alto nivel, lo que conlleva un aumento de la capacidad cardiaca.
Al mismo tiempo, el déficit de sustratos energéticos necesarios para la correcta función del miocardio (músculo cardiaco), la sobrecarga hemodinámica producida por la pérdida de estímulo parasimpático debido al déficit de otros neurotransmisores, alteraciones de la propiedades de contractilidad del músculo cardiaco por modificaciones en la concentración de iones, el daño tisular generado por la expresión aumentada de sustancias o moléculas inflamatorias y residuales post esfuerzo, etc…, contribuyen entre todos a una pérdida de función cardiaca, con la consiguiente merma en el aporte de sangre a los músculos que realizan el ejercicio.
Es decir, a medida que el gasto cardiaco comienza a disminuir, desaparecen todas las funciones favorables que la correcta función cardiaca mantiene y por ello el rendimiento se ve mermado.
Este proceso puede suceder de forma aguda, a lo largo de un único esfuerzo, o de forma crónica, es decir, a lo largo de varios días de esfuerzos repetidos y consecutivos.
Objetivo del ICCV
A pesar de los continuos avances tecnológicos a disposición del deportista, la carga interna se sigue valorando de forma indirecta a través de un parámetro subjetivo como es la encuesta del RPE, además de otros de cuestionable determinación como es el lactato; la frecuencia cardiaca, su variabilidad, etc.
Así y todo, ante la importante relación existente entre el rendimiento y el nivel de gasto cardiaco mantenido, se hace muy interesante disponer de un parámetro que nos indique la fatiga o el trabajo realizado por el órgano cardiaco más allá del simple recuento de latidos.
Ello ha animado a muchos profesionales del deporte y científicos a investigar el desarrollo de un parámetro que describa o haga intuir el potencial actual del músculo cardiaco, y que nos permitiera utilizarlo para cuantificar tanto la carga de trabajo, como el efecto ocasionado en el deportista.
Su utilidad tanto en la planificación de las cargas, determinando si son adecuadas para el correcto desarrollo deportivo, como para el diseño de las estrategias competitivas futuras; serian algunos de los interesantes objetivos que se persiguen al contar con un parámetro que nos aporte luz sobre cuál será la previsión de rendimiento cardiaco inmediato del atleta.
El objetivo no es otro que potenciar la información recogida a través de la medición y registro de la FC durante la actividad deportiva y optimizar su aplicación al trabajo más adecuado y posible del deportista.
La posibilidad de relacionar la perdida de función cardiaca con un valor numérico, que ayude a predecir cuál es el nivel de fatiga cardiovascular, su capacidad de respuesta futura ante esfuerzos físicos y su previsible rendimiento de cara a plantear objetivos deportivos asumibles y cargas de trabajo que permitan la mejora del atleta, es uno de los objetivos del desarrollo y diseño de este parámetro, el ICCV.
Continua en el capítulo II/IV…
Dr. Manuel Rodríguez Alonso
Dr. Benjamín Fernández-García
www.humananalytics.es